Vicky Santibáñez
Para mi tristeza, violeta azul.
Clavelina roja pa’ mi pasión.
Y para saber si me correspondes
deshojo un blanco manzanillón.
Si me quieres mucho, poquito, nada
tranquilo queda mi corazón.
Creciendo irán poco a poco
los alegres pensamientos.
Cuando ya estén florecidos
Irá lejos tu recuerdo.
–de “La Jardinera”
Letra y música de Violeta Parra (1954)[1]
En la vida de la folclorista, artista y poeta chilena Violeta Parra, la intimidad de una carpa fue sinónimo de creación, su vida y tal vez incluso una cruz.
La reconocida trovadora del sur de Chile comenzó su carrera artística en los pequeños circos que llevaban algo de magia al pueblo campesino del que Parra formaba parte en Chillán, la región donde pasó su niñez. A pesar de que Chillán se encuentra al centro de la región agrícola chilena, su microclima es en años hostil a la vida campesina.
Parra llegó a componer sus primeras melodías aún sin alcanzar la adolescencia, como un medio de subsistencia, y una vez transplantada a Santiago nunca quiso abandonar la satisfacción que encontró como mujer creadora.
En 1952, se fijó como meta rescatar la tradición cultural chilena recorriendo las zonas rurales, campamentos (sectores pobres de la ciudad) y bares populares para recopilar el canto, la poesía y la tradición oral popular del país.

Barrio de La Florida, junto al Canal San Carlos.
Pablo Moreira
Por aquella época, la clase dirigente chilena que establecía los patrones de cultura valoraba la creación europea por sobre lo nacional. Los gustos del pueblo se tenían como irrelevantes. Dentro de este contexto, Parra dedicó su vida a ganarse la apreciación de su trabajo y el de otros artesanos y folcloristas por parte de la clase dirigente, empujada por su idealismo de terminar con los estereotipos que reinaban en América Latina.
El compromiso de Parra fue con el patrimonio cultural de las voces más débiles, y libró una lucha de colonizados, es decir mujeres, campesinos, indígenas y la clase popular, frente a colonizadores.
Toda su obra, poesía, música, cerámica y bordado, buscaba integrar los elementos de una vida simple y corriente a medida que representaba la alegría y el dolor de la gente común.
Con su trabajo, Parra dio a luz a un movimiento cultural que perdura hasta hoy. Sin embargo, es difícil vencer los estereotipos, tal vez sea imposible, y aún el folclore, la artesanía y la narrativa tradicional ocupan un espacio de menor rango en los estantes culturales.
Sin duda, una de las obras más admiradas de Violeta Parra es su oda a la vida, “Gracias a la vida”, que sigue siendo interpretada por innumerables músicos entre los que se destacan las folcloristas Mercedes Sosa y Joan Báez.
Para el oyente casual, la canción simplemente expresa un amor desenfrenado que siente una mujer por su pareja.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.[2]
[…]
La lectura patriarcal de la oda de Parra parece hacerse tenue al analizar los versos más a fondo. Como afirma la investigadora chilena Susana Münich[3] , este canto más parece una oda a la capacidad de entrega e imaginación de la misma autora.
Al iniciar su canto, Violeta hace alusión a los luceros, una palabra que en el lenguaje popular campesino de su época representaba los ojos de los niños. Es con estos ojos que ella, como niña, es guiada a distinguir lo que es correcto y encontrar placer en la naturaleza.
Y es justamente esta capacidad de Violeta la que le permite ver entre multitudes al hombre que seleccionó para depositar sus sentimientos.

Violeta Parra
Cada estrofa sigue con una estructura similar: Violeta agradeciendo sus propios oídos, las palabras que su madre le enseñó, y su propio recorrer por ciudades, montañas y campos; todas herramientas que la autora usa libremente para buscar al amado, para oírlo y seguirlo.
En los versos finales, Parra reflexiona sobre los logros de la humanidad mediante la inteligencia y la bondad, lo que parece emocionarla con la misma intensidad que la mirada de su amado.
Munich cree que este lenguaje no se ajusta con la expresión romántica de una mujer. ¿Por qué pensar en el talento intelectual y el altruismo de los hombres en su expresión más amplia si la intención es tocar el alma de solo uno?
También es posible que las palabras simplemente eran insuficientes, como lo siguen siendo para los amantes, para expresar la magnitud de tal delicado sentimiento que anidaba en Violeta. Como declaró Petrarca a su Laura en 1348, “Poder decir cuánto se ama es amar poco”.[4]
El encuentro amoroso hace imposible no reflexionar sobre la humanidad y la trascendencia, ya sea se entienda como iluminación religiosa, destino inevitable o el simple entendimiento de la doble dimensión humana-animal.
En “Gracias a la vida”, la cantautora remata con su agradecimiento por los elementos que componen el canto que ella comparte con toda su gente, es decir el inmenso pueblo latinoamericano del que forma parte.
La carpa siguió teniendo tal significado para Violeta Parra que a mediados de la década de los sesenta, la artista consiguió un permiso para instalar y congregar a los artistas populares chilenos bajo una carpa de circo en Santiago. Dentro de esta guarida, los artistas tradicionales podrían recuperar un espacio donde crear nuevas formas de expresión. El ambicioso proyecto de la carpa fue otra manera en que Violeta eligió representar su resistencia a la indiferencia de la clase dirigente en Chile.
En lugar de aceptar la realidad de que su lado campesino y de trabajo duro fuera ignorado, Violeta siguió luchando y soñando para que el sector culto de la sociedad chilena acogiera con respeto las expresiones de sabiduría de la clase popular.
En definitiva, este último gran proyecto de Parra fracasó, llevándose los sueños y el sacrificio de una mujer que había decidido “combatir, buscar, encontrar y no ceder”[5] al dedicar su amor a la obra solitaria de rescatar las creaciones populares.

Mural lateral en el museo de Violeta Parra,
Calle Carmen, Santiago.
Pablo Moreira
En 1967, a la edad de cincuenta años, la creadora de esa gran oda a la vida, decide quitarse la propia. Tradicionalmente, su decisión se explica una vez más en términos patriarcales, como consecuencia de la partida de un hombre en años en que Violeta ya no se concebía como una mujer deseable.
Sin embargo, a la hora de su muerte abrupta, Violeta además de encontrarse sola vivía en extrema pobreza y aún sin palpar la valoración de su trabajo en su propio país, a pesar de haberla obtenido en el extranjero en numerosas ocasiones.
Tal vez el cansancio de tal entrega, además de intensa, frustrada, ya había comenzado a extinguir la fuente de creación; lo único que podía vencer realmente el alma de Violeta.[6]
Citas y enlaces útiles:
[1] Traducción de David Anderson y María Larson
[2] Traducción de Sewanee The University of the South
[3] Casa de hacienda/Carpa de circo de Susana Munich, 2006. La investigadora ha escrito, entre otros temas, sobre las escritoras chilenas Gabriela Mistral y María Luisa Bombal
[4] Ver Love and Language de Ilan Stavans y Verónica Albin, 2008. Páginas 90-91
[5] Del poema “Ulises” del autor inglés Alfred Lord Tennyson, 1842
[6] Del poema “Invictus” del autor inglés William Earnest Henley, 1875
Remembering Violeta Parra (English)
Biografía y discografía (español)
Vicky Santibanez | Vicky Santibanez is a Spanish translator and currently teaches Spanish at Colorado Free University. Over the years she has provided linguistic support to a variety of companies including publishers such as Bloomberg and the Courier-Post. Her most recent essay for Wild River Review, “A visit to Neruda in Isla Negra,” appeared in Volume 1, Number 2.3.VICKY SANTIBANEZ IN THIS EDITION: SPOTLIGHT: Violeta’s Tent SPOTLIGHT: Violeta’s Tent (Spanish) |
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Vicky Santibanez